viernes, 25 de enero de 2013

Mamá TEG

Cuándo era chica me gustaba jugar a la mamá. Obviamente en aquellos tiempos (años a....b,c,d,e.....), no teniamos más opciones que nuestra imaginación a la hora de los juegos.
Mis hermanos no siempre colaboraban y no se sometían a mis órdenes tan fácilmente.
De todas maneras, las muñecas eran las hijas perfectas.
La muñeca Patas Largas me encantaba. Era de tela, con dos trenzas largas y mucho, mucho más alta que yo. Pero sólo me gustaba de día. Por las noches, esa misma patas largas con la que había compartido momentos hermosos durante el día, se convertía en un monstruo siniestro que podía devorarme. Un ser extraño, una sombra terrorífica y atroz. Un ente espantoso que provocaba en mí el miedo más paralizante, al punto de taparme la cara con la sábana y así quedarme dormida.
A la mañana siguiente, la patas largas volvería a ser mi compañera de juego casi sin recordar la angustia de la noche anterior.
Ser mamá ya no es un juego. O si...pero es como el TEG. El juego más dificil que jugué en mí vida.
En el Teg hay estrategia, razonamiento,calma y pensamiento frio y racional.
A veces puedo ser esa mamá Teg. A veces...Pocas.
Ser mamá es dominar el miedo a la noche con  la patas largas y  su sombra de terror.
Es decidir con calma, es tomar las riendas, es saberse certera en cada decisión.
Es abrazar angustias, soltar la mano, abrazar fuerte y llorar a escondidas.
Es aprender de los silencios, de las risas de ellos, es mirar con ojos niños y corazón de acero.
Ser mamá ya no es un juego. O si...
Es inventar respuestas convencida del discurso. Es revisar cajones, urgar en las mochilas, leer diarios íntimos   y descubrir los amores.
Es reírme con ellos y de ellos. 
Es ser el mejor personaje. El más complejo. Es saberme tema de terapia en unos años.
Hacerme cargo. Armar trincheras cada día. Hacer comidas y que no coman.
Pensarme hija. Pensarme madre. Pensarme abuela.
Ser mamá ya no es un juego. O si...
Es enarbolar banderas cuando ellos sufren, es atacar los frentes, es ser valiente, es sacar las uñas y arañar fuerte. Matar si es necesario. Y morir también.
Es poner curitas, soplar heridas, besar tibiamente cuando duermen y hablarles al oido.
Ser mamá es estar harta, es gritar fuerte, es fruncir el ceño, establecer penitencias y castigos a corto plazo. 
Es que te tomen el tiempo, y se escapen por la ventana, que te compren con una sonrisa o una palabra mal dicha.
Ser mamá ya no es un juego. O si...
Es el juego interminable, el desvelo por las noches, es saber que tienen fiebre sin termómetros que avalen. Es reaccionar a tiempo, es armar altares, amar a mares.
Soñar castillos y realidades. Hacer hogares.
Sopa en invierno. Mantitas y tele. Coleccionar dibujos. Coleccionar cuadernos. Coleccionar recuerdos.
Querer detener el tiempo.
Ser mamá ya no es un juego. O si...
Jugar sin reglas. Aprender nuevas. No ser mi madre y ser tan ella.
Es regar plantitas, escribir libros, escalar montes y matar bichos.
Es quitar drama cuándo tengo miedo. Es esperar el dia para jugar de nuevo.



domingo, 20 de enero de 2013


La gente que más se ríe a veces es la que más sufre.
Paradojas del destino, modo innato de superación personal, mecanismo de defensa, dicen los que saben, la risa tiene el poder de generar  lactobasillus   para poder desparramar bacterias Gram positivas y  seguir adelante.  Como el burro sigue  a su zanahoria. Buscando nuevas formas de placer, de nuevas calidades de vida  por las cuales sucumbir.
 Dejando atrás.
La risa sana, salva, despierta a tus sentidos y a los de los otros.
Como droga de la cual aquel que prueba ya no puede dejar.

Mi nonna era la persona más graciosa, alegre, dinámica y loca que yo haya conocido en toda mi vida.
Había pasado por la peores tragedias que una persona puede pasar. Todas juntas. Para ella solita.

Napoli , Italia.
Su madre murió cuando Velia  (mi nonna), tenía 6 años. Ella la encontró tirada en el piso de su habitación en un charco de sangre. Acaba de perder a su bebé.
Velia hablaba poco de sus tragedias. Solo recuerdo algunas frases acompañadas por imágenes, como la que acabo de describir, así lo contó. Y con un poco de  imaginación puede ser escalofriante la escena para ser vivida por una niña de 6 años.
Su padre un hombre acomodado económicamente, rápidamente volvió a casarse. Y armó el combo 2.
Acompañaba  el combo una madrastra como la de Cenicienta.
Ella  se encargó  de hacerle  la vida imposible. Transcurría la Segunda Guerra Mundial y en Italia los ricos empobrecían y algunos visionarios afortunados enriquecían.
El bisnonno enriquecía.
Tenía estación de servicio Shell y vendía neumáticos Michelin. Por esas épocas tener combustible era tener una mina de oro. Bueno, ahora también.
El tano amarrocaba las liras  bajo la tutela de la madrastra que administraba todos los ingresos a voluntad. Propia, claro
Durante la guerra, la comida se guardaba en un mueble con llave. Y nadie. Nadie. Mucho menos los niños podían abrir esa alacena a piacere.  (Sé me acaba de ocurrir una idea para mi alacena!!!).
La comida se servía a la hora en que la madrastra disponía y se comía lo ídem.

Velia  preguntona: -“cosa si mangia oggi?”
 Madrastra mala: -“pasta e fagioli”
Velia: -“non mi piace”.
Madrastra bruja: -”mangia lo steso”.
Velia  niña: -“ma...non mi piace…”
Madrastra re mala: -“mangia  e basta!!”. Le dice mientras le da un schiaffo.

La nonna  Velia, no siempre comía.
La madrastra guardaba su plato con la comida in situ en la alacena.
Y cuando la nonna  decía “Ho  fame”….la bruja le daba el plato con la  misma comida que había dejado.
Alrededor de los 17 años se enamoraría perdidamente  de un marinero uniformado.  No bengalí. Girolamo, era su nombre.
Lo describió como un gran amor, pero  sobre todas las cosas siempre decía: -“a mí  me enamoró lo lindo que le quedaba el uniforme”…
Confesóme no haber llegado virgen al matrimonio, que para aquellos tiempos era mucho más que un símbolo de rebeldía.
Girolamo usaba un motorino. Un día raudo con su motito, se estrelló contra unas rejas que atravesaron su estomago. Murió.  En el acto.
Pensó que era el peor dolor. Pero no. Había más dolor reservado para ella.
Los bombardeos eran incesantes y se refugiaban en los túneles, debajo de las montañas.
Cuando sonaban las sirenas, ricos y pobres corrían por igual.
Ella corría y al pasar por los castaños arrancaba castañas que guardaba en sus bolsillos cuidadosamente. Así se aseguraba algo de alimento por unas horas, y ya dentro del túnel, hacían un fueguito y calentaban las castañas. Nunca sabían cuanto demoraría el bombardeo, ni  si saldrían vivos de allí.
Napoli se destruía y su padre y madrastra decidieron huir a un pueblo cercano, Lioni.
Allí encontraron algo de paz y estabilidad. Pero duro poco.
Velia  conoció a un excéntrico loco, un artista  habilidoso con sus manos. Hacia cosas de electricidad, esculturas, inventaba cosas inútiles.
Se enamoró. Otra vez. Tendría 20 años cuando se casó con Fortunato.
Mi nonno. Ese que nunca conocí.
Fortunato también era buen mozo y artista. Combinación que lo hacia irresistible y picafloresco.
Tenía otra. Otras…supongo.
Ya tenían una hija, (mi mamá) y Velia  estaba embarazada de su segundo hijo. Su mejor amiga la ayudaba en su casa.  Mientras sus respectivos esposos bebían y jugaban a las cartas en el bar del pueblo.
Nació el varón y todo fue alegría.
No tengo muchos datos de las épocas de felicidad.  Siempre me contaron las partes tristes de la película. Vicio dramático itálico.
Un día, el nonno estaba con los muchachos en el bar jugando a las cartas con sus amigos. Con “su amigo”, el marido de “la amiga” de mi nonna.
El nonno Fortunato ganó la partida. Airoso se levantó de la silla y le dijo:  – “te gané otra vez” (en  napolitano, obvio). Se dio vuelta y fue a la barra a pagar sus tragos.
El amigo desenfundó un cuchillo y fríamente le perforó la espalda con el siguiente bocadillo: -“es la última vez que me ganás”.
Lo mató. El nonno Fortunato tenía una relación, en términos puramente sexuales con la esposa de su amigo. Con la amiga de su esposa. Listo.
Muerte: 2    Amor: 0
La tragedia golpeaba a su puerta, otra vez y había que tomar decisiones.
Llena de dolor, confusión, vergüenza y desdicha huyó a Napoli con sus pequeños hijos, en busca de refugio.
Volvió a casa de su padre, con la bendita madrastra y allí vivieron un tiempo.
La madrastra no se había vuelto buena, con el paso del tiempo, sino todo lo contrario. Seguía en las mismas. Ahora no sólo atormentaría  a su hijastra, tenía otros dos pequeños niños para maltratar.
Y volvió a sus anchas a  la escena del platito en la alacena, pero ésta vez con mi mamá y mi pequeño tío Félix.
Velia  era literalmente su sirvienta, la Cenicienta. A cambio de casa y comida,  pero en la gran ciudad nadie la señalaba con el mote de viuda cornuta. Pagaba un precio muy caro por el anonimato.
El bisnonno murió y había que repartir la herencia. Platos y copas de cristal, con bordes laminados en oro…joyas, muebles, todos objetos preciados, resultado de una guerra que al bisnonno lo habían favorecido.
La jabru tenía un sobrino. Adivinen quién se quedó con TODO?...
Y un detalle NO menor, cuándo Velia  pare a mi mamá, los encargados y/o disponibles para ayudarla a parir fueron su padre y su madrastra. Nace mi mamá y en honor a ella le regalan su inmaculado nombre. Pasqualina. Karma parte 2.

Una parienta, ya exiliada en Argentina, le escribe y la anima a salir de esa esclavitud autoimpuesta.
Le sugiere, por carta, obvio,  casarse con su cuñado, Antonio, el hermano de Fortunato.
Antonio, avergonzado por el proceder irresponsable de su hermano muerto, se hace cargo de la situación y lava el buen nombre casándose por poder con Velia  y  la “obliga “   a venir a farse  l ´América.
Sin nada más que perder, Velia  armó valijas, agarró a  sus hijos y se embarcó en el Eugenio C, rumbo a Buenos Aires.
Antonio, su nuevo “amor” la esperaría en el puerto, para conocerla. Y a sus dos hijos, también.
Quizás el mar y la distancia podrían separarla definitivamente del dolor. Hacer borrón y cuenta nueva… Pensó…ingenua.
                                                                                                                           Continuará…